miércoles, 20 de octubre de 2010

El cine a Bocados/ VI Parte


American snack’
Para terminar nos asomaremos rápidamente al cine norteamericano, en el que claro, abunda su fast food, pero Tarantino lo recoge muy bien en Pulp fiction (1994). No en balde la película comienza y termina en una cafetería típica americana, y Mia (Uma Thurman) lleva a Vincent (John Travolta) a tomar batidos y hamburguesas en un restaurante con mesas dispuestas dentro de coches antiguos y camareros disfrazados de dobles de estrellas de los 40 y 50. Con ello le da coherencia al personaje, esposa de un mafioso, la cual no puede ser una mujer de gustos refinados. A ello se le suma la “filosófica” disertación de los dos gángster de algunas diferencias gastronómicas entre Europa y América:

    – ¿Y sabes cómo llaman al cuarto de libra con queso en París?  
    – ¿No lo llaman cuarto de libra con queso?
    – Utilizan el sistema métrico, no sabrían qué coño es un cuarto de libra.
    – ¿Pues cómo lo llaman?
    – Lo llaman una Royale con queso.
    – Royale con queso.
    - Sí, eso es.
    - Aha... ¿y cómo llaman al Big Mac?
    - Un Big Mac es un Big Mac, pero lo llaman Le Big Mac.
    - Le Big Mac... ¿y cómo llaman al Whooper?
    - No lo sé, no fui a ningún Burger King... 

Más allá de las célebres escenas del día de Acción de Gracias, donde las familias suelen encontrarse para terminar aflorando las diferencias, y que abordaremos más adelante, sin duda alguna es la comida entre los italo-americanos, en el cine estadounidense, y en especial sus historias a cerca de la mafia, siempre están sazonadas con su gastronomía típica; aunque en la trilogía de El Padrino (The Godfather;  Francis Ford Coppola; 1972; 1974; 1990), por ejemplo, el protagonismo de la comida se lo llevan las escenas de boda. Pero si hablamos de escenas memorables en este género hay que mencionar a  Uno de los nuestros (Goodfellas, Martin Scorsese; 1990), en la que encontramos a un grupo de mafiosos encarcelados preparando una cena digna de reyes. Contrasta el austero escenario con la opulencia de la cena: cajas de vino, langosta, gruesos filetes de carne, escena más que suficiente del trato preferencial del que gozaba la mafia mientras sus miembros esperaban a ser liberados. De hecho, Scorsese pone en boca de uno de sus mafiosos algunos secretos de la salsa de tomate de su madre. El paso del trato de favores dentro de la cárcel, va siendo ilustrado a través de las comidas, poco a poco los alimentos que van consumiendo son más exquisitos y costosos.
Ver una de las escenas (en inglés).


Un café, hamburguesa y tarta de cereza


También las cafeterías aparecen perenemente las películas norteamericanas. David Lynch recurre a ellas con insistencia. Es curioso pero resultan tan frías e impersonales, que normalmente resaltan la soledad de los personajes o su intransitoriedad. Comparémolas con el modelo de café parisino, en donde se lee y se pasa el tiempo. La cafetería que aparece en la serie y en la película de Twin Peaks (1992) se ha hecho realmente célebre. Lynch no ha ocultado, y así lo revela su trabajo fotográfico, su amor por  el pintor Edwar Hopper*, en cuyos cuadros abundan esas mismas carreteras norteamericanas, estaciones de gasolina y cafés. Todos esos paisajes parecieran remitir a la nada y, como se ha mencionado, a la soledad. 


En Blue Velvet (1986) se dan cita Sandy y Jeffrey en un café para hacerse confesiones. En Mulholland drive (2001) Betty y Rita se encuentran en una de estas cafeterías, e igualmente aparece una inquietante escena en la que dos hombres discuten en un café, pero los espectadores no podemos oír de qué hablan. (ver esta escena). En el fondo, el director contrasta estos espacios por antonomasia "reales" con la más completa  y dudosa realidad.

Vale citar The Loveless (1982;  Kathryn Bigelow), el ya clásico musical Grease (1978) o Tomates verdes fritos (1991; Jon Avnet); pero la lista sería interminable, los hemos visto cientos de veces en sus películas... pero otro referente que tenemos del cine norteamericano y su comida son sus famosas cenas del día de Acción de Gracia (Thanksgiving day)

Antes de cerrar este apartado quisiera mencionar la escena de Delitos y faltas (1989) en la que Mia Farrow aparece con Woody Alen, almorzando una hamburguesa en el cine. Queda en claro el amor de ella. Halley, por el cine, al preferir ir al cine antes que ir a almorzar.


Cómo sobrevivir al 'Thanksgiving'


Si algún tema nos han presentado el cine norteamericano acerca de su cultura es la célebre reunión en torno al día de acción de gracias. En su mayoría, si escapamos del cine más ñoño o de alguno bastante singular, lo que es recurrente en dichas cenas, llevadas a la gran pantalla,  es que el obligado reencuentro familiar se convierte en un ring de pelea; siendo la cena, un verdadero Macguffin para los reenfrentamientos de los viejos problemas irresueltos dentro de la familia. De las pocas célebres en que ello no es un terreno de peleas sino de gozo es en Hanna y sus hermanas (1986; Woody Allen). La historia se enmarca temporalmente entre dos Thanksgiving. Es hermosa una de las escenas en que las hermanas se dedican a los últimos preparativos de la cena, en donde la armonía y el buen rollo se dejan entrever.

Una magnífica escena de la cena, que tiene ese paralelismo con lo anteriormente mencionado, en la que se vuelve una verdadera fiesta fraterna alrededor del pavo y demás delicias, es la que aparece en Avalon (1990; Barry Levinson). Desde la perspectiva de unos inmigrantes (judíos, originarios de Polonia) presenciamos a una numerosa familia comiendo. La matrona espeta en medio de la cena del Thanksgiving: "Esta fiesta nunca la he podido entender... 'Thanksgiving'... dar las gracias a quién". La cena sirve para rememorar sus propias historias de inmigrantes, hay risas, discusiones laxas y algo de humor. Ver escena de Avalon (en inglés).
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Temas como la homosexualidad se ponen también en la mesa, 
en ¿Qué se está cociendo?

Pero hemos afirmado que en su mayoría esta fiesta se vuelve un terreno de tensiones familiares y, aunque muchas películas que giran en torno al tema, destacaremos algunas pocas por singulares. Una de ellas es ¿Qué se está cociendo? (2000; Gurinder Chadha), la directora nos relata cuatro historias multiculturales y multiraciales en el día de acción de gracias. Es de destacar que podemos ver muchos detalles de las preparaciones. Ver tráiler (en inglés). En la conocida Brokeback mountain (2005, Ang Lee), los dos protagonistas, ambos casados, cenan con sus respectivas familias y en cada escena queda en claro los problemas familiares de ambos amantes y la fragilidad de sus relaciones. (ver parte de las escenas, en inglés). Del mismo director chino también es célebre su Tormenta de hielo (1997) y cuya cena de Acción de Gracias permite enmarcar a esta familia en un rito convencional, pero a medida que avanza la historia nos devela la hipocresía de sus "pilares". Es memorable cuando la joven hija le toca dar las gracias, antes de cortarse el pavo, y convierte dicho agradecimiento en un verdadero, aunque breve, discurso social. Ver la escena en inglés.
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En una secuencia en la que se llega hasta la violencia física aparece en Esencia de mujer (1992; Martin Brest). El protagonista llega sin ser deseado a esta cena e, irremediablemente, pone todo de cabeza (Ver escena en inglés). Jodie Foster dirigió A casa por vacaciones (1995), en la hay espacio tanto para el encuentro como las histerias o tristezas del desencuentro. Interesante película aunque quizá le falte redondez (ver escena del pavo, en inglés).

Otras películas para masticar
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El Gatopardo (1963; Luchino Visconti) y la suntuosa cena aristocrática.

Soul Kitchen (2009; Fatih Akin) la cual fue reseñada en este blog, en donde se mezcla humor y drama.

Estómago (2007; Marcos Jorge) galardonada con la Espiga de Oro 2008 del Festival de cine de Valladolid, una historia social que mezcla lo carcelario, el amor y la antropofagia. Muy recomendable.
Los amigos de Peter,(1992; Kenneth Branagh) en la que se dedican largas y deliciosas escenas en torno a la comida como espacio de celebración y encuentro de las amistades-


Desayuno en Tiffany's (1961; Blake Edwards); aunque breve, la sola idea de que esta mujer tome su desayuno frente a la famosa joyería es de una eficacia sorprendente: con este breve acto podemos saber mucho de la personalidad de Holly.
Lo que resta del día (1993; James Ivory). En esta película asistimos a una puesta en escena majestuosa en  torno a la comida, desde la cena de los mayodormos, amas de llave y demás ayudantes hasta la aristocracia inglesa en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Ver una escena en inglés.

Si algo ha demostrado este recorrido es que pocas cosas se aferran más a la memoria como los olores y los sabores, la textura de los alimentos en la lengua o en la mano, el crujiente sonido al untar mantequilla sobre una tostada o al morder una manzana. Sensaciones culinarias que permanecen, haciendo cosquillas, en el paladar del recuerdo y que en el cine en ocasiones actúa como sabrosa guarnición de obras magníficas

Ya le tocará en algún momento a los maridajes del vino, postres, bodas, etcétera...
Los manjares están servidos, que empiece la película.


* Leer: Algunos referentes pictóricos de David Lynch; 2008, Jesús Ademir.


sábado, 9 de octubre de 2010

El cine a Bocados/ V Parte

Asia se paladea
Al contrario que Occidente, si se revisa un buen número de películas asiáticas, encontramos que la comida y sus ritos están presentes con una naturalidad sorprendente. La mesa es espacio de reflexión solitaria o para encuentros familiares o sociales. Si la secuencia es dentro de una casa de familia es casi imposible que no aparezca la cocina o la mesa servida.
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La joven, de El camino a casa, prepara a su amado platos como símbolo 
de su sentimiento y ejecuta esta tarea como si todo ese amor dependiera de ello.
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En El camino a casa (1999; Zhang Yimou), la joven enamorada aparece cocinando siempre para su familia y su amado, le prepara viandas cada vez que éste parte, como símbolo de amor y cuidado que le es entregado. En El olor de la papaya verde (1993; Tran Anh Hung), las escenas de rasgo costumbristas se dejan entrever, contemplativamente, especialmente en la preparación de los alimentos.
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La película de Ang Lee es una de las joyas en cuanto al tema.

Un referente obligado es la película del director chino Ang Lee: Comer, beber, amar (1994), en la que se relata una historia familiar, con la tradición y modernidad como telón de fondo. El chef viudo Chu (Sihung Lung) reune cada domingo a sus tres hijas, haciendo del banquete no sólo un acto celebratorio y de amor, sino de comunicación profunda y rito de unión. He querido dejar de lado a los banquetes de boda, cuya aparición normalmente hace más hincapié en su función de rito social que gastronómico y que bien abarcaría un especial por su extensión.

En El sabor de la sandía (2005; Tsai Ming-liang) nuevamente se hace presente el binomio eros-alimento, en la transformación erótica de la sandía como sexo femenino, y también vemos una hermosa escena de cuidado y seducción en donde el joven Kang-Sheng Lee prepara una maravillosa cena a su amiga.
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Dos prostitutas conversan relajadamente con un policía que les acompaña 
mientras comen, en La Calle de la vergüenza.

La filmografía del japonés  Kenji Mizoguchi está repleta de escenas alrededor de la comida, y no precisamente en la que sus protagonistas son las geishas (allí aparecen acompañando a los señores a sus cenas, escanciando sake), sino en aquellas películas donde los personajes son gente corriente. En La calle de la vergüenza (1956), las prostitutas, como una gran familia, siempre se reúnen a la hora de la comida, y se vuelve un espacio tanto para la celebración como la pena, al igual que ocurre con las prostitutas de La mujer crucificada (1954). En Los amantes crucificados (1954), la joven sirvienta mima a su amo con la comida mientras él se dedica al trabajo, quedando en evidencia, para el resto de la servidumbre, su amor (prohibido socialmente) por éste.
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 Escena en la que se remarca la soledad del personaje, en La Anguila.

Shohei Imamura también hace presente la comida como algo natural y como un acto de amor en La Anguila (1997). La joven ayudante de la peluquería prepara patatitas dulces para los clientes y se convierte en una cocinera amorosa; para contrastar su partida, aparece nuestro protagonista solo, en una mesa servida toscamente, remarcando la ausencia, la soledad y tristeza del personaje.

El esteticismo con el que Wong Kar Wai impregna sus películas, 
se hizo hermosamente evidente en Deseando amar.

En la prolija filmografía del joven director surcoreano Kim Ki-duk no abundan las escenas donde la comida tiene gran importancia, pero cabe recordar El Arco (2005), cuando la joven en el barco destapa su solitario almuerzo, levantando un paño de seda violáceo, como si desnudase la pequeña mesa. Wong Kar Wai prefiere apostar por las atmósferas posibles de los restaurantes para remarcar el tedio, la cotidianidad y los espacios sociales que los personajes ocupan. Son telones de fondo, excusas para el encuentro. Hace transitar a sus personajes a través de  tazones o cocinas humeantes y gente en movimiento: Deseando amar (2000), Chungking Express (1994) o 2046 (2004). Si olvidar los restaurantes sencillos, los puestos en la calle de fideos de Ángeles caídos (Duo luo tian shi; 1995) y una de sus más recientes y más fallida, con respecto a las anteriores, My Blueberry nights (2007).
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Una escena de 2046.


El carácter urbano de Chungking Express contrasta con los 
ambientes más íntimos de otras de sus películas.

El sabor del té verde con arroz (1952; Yasujiro Ozu); El último viaje del juez Feng (2006; Jie Liu); La Boda de Tuya (2006; Wang Quan'an; ) o El catador de venenos (2006; Yoji Yamada) son algunos otros títulos que podríamos mencionar donde la comida se hace presente en los espacios habituales de sus protagonistas.
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 El hermano alimenta a la más pequeña, hermoso gesto del ofrecer los 
 alimentos como signo de cuidado, amor y mimo en La Boda de Tuya.
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Una escena del El Sabor del té verde con arroz.

‘Tampopo’: primero observar el cuenco rebosante
Pero si hay una película que se convierte en verdadero homenaje a la comida y  a todo lo que le rodea e implica es la japonesa Tampopo (1985; Juzo Itami), autoproclamada no sin humor como el primer noodle Western (western de fideos). Desde el inicio, sus propósitos son expuestos en una escena-epílogo: una suerte de gánster impolutamente vestido de blanco entra con su novia al cine, mientras le sirven en una pequeña mesa, con champán incluido. Poco después, el gánster amenaza ferozmente a un espectador que  hace  ruido con la bolsa de patatas, para dar comienzo a la historia.
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El modesto restaurante de Tampopo y sus clientes habituales.

Dicha historia podría resumirse como el viaje iniciático hacia el aprendizaje de la preparación de la sopa de fideos. La complejidad y sencillez que encierra la cocina queda planteada en esta narración, acerca de la esforzada pero fallida cocinera Tampopo (Nobuko Miyamoto), de la mano de Goro (Tsutomu Yamazaki). 

 La serenidad del maestro contrasta en esta escena con la premura del aprendiz.
Goro es un cowboy urbano, y el clásico caballo es remplazado por un camión. Mientras lo conduce, su ayudante va leyéndole un libro, en el que un alumno le pregunta al maestro la manera adecuada de comer la sopa de fideos; conversación en la que se asoma ironía y humor hacia la ritualidad oriental, pero, que a su vez, da paso a la belleza, para entregarnos un diálogo inolvidable:

– Maestro, ¿primero la sopa o los tallarines?
– Primero observar el cuenco rebosante…
– Sí señor.
– Aprecia la armonía del conjunto, percibe el aroma… joyas de manteca, resplandeciendo en la superficie, brillantes raíces de shinachiku, algas, hundiéndose lentamente, cebolletas de primavera flotando… Concéntrate en las tres rodajas de cerdo, desempeñan el papel principal, pero permanecen modestamente ocultas. Primero acaricia la superficie con la punta de los palillos… para demostrar afecto. 

Ver la escena de los fideos (con subtítulos en inglés)
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Sin duda, el cine asiático no ofrece también un erotismo original e intenso, 
como esta escena que raya entre lo gracioso y una sensualidad poderosa.

Esta singular historia  es acompañada por pequeños relatos en las que el hilo narrativo sigue siendo la comida. La risa, sensualidad y erotismo se entremezclan en sus intenciones, y la comida es la protagonista y la gran homenajeada. Unos indigentes charlan a la altura de los mejores críticos culinarios (se han hecho expertos de tanto recoger las sobras de los restaurantes); unos amantes preludian el encuentro amoroso con huevos crudos, miel y crema batida.

Una de las escenas más hermosamente eróticas.

Más adelante, una púber que recoge ostras se ve sorprendida por el despertar erótico: un hombre apuesto le pide que le venda una ostra. La joven accede, pero en el intento de morderla, el extraño se corta un poco el labio con la concha, la gota de sangre cae encima de la blanca y suave ostra; solícita, la vierte dentro de su mano para que él la coma sin cortarse, entonces lame la mano y come. Luego, la pescadora lame la sangre de los labios del hombre, una y otra vez, con absoluta delicia. Veo ahora posible una simbolgía entre lo que podría ser la pérdida de la virginidad: entre el molusco, la concha abierta con  la carne fresquísima y la sangre que mana de los labios de él.

Ver la escena de la ostra (Sub. en inglés)
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Cabe destacar la hilarante escena, en la que asistimos a una clase (para aspirantes a mujeres refinadas) en donde les toca comer espaguetis a la vongolesa (occidente). Con afectación, la profesora aconseja coger uno o dos hilos en absoluto silencio (recordemos que en japón hacer ruido al sorber la sopa es la norma). Un comensal occidental, que está sentado en el salón, comienza a engullir de manera grosera su plato de pasta, y en pocos minutos, todas comienzan a imitarle como un referente más fiable, convirtiéndose en una total locura. Estas historias funcionan como una urdimbre en la que se sostiene este homenaje maravilloso y fresco a la gastronomía, y que sin duda, ilustra con las anteriores, la cercanía culinaria de los directores japoneses a la hora de narrar sus historias.

Ver la escena de la pasta (en japonés pero funciona igual sin entender, si se ha leido el párrafo anterior)

Próxima y última entrega: American Snack y Cómo sobrevivir al Thanksgiving

lunes, 4 de octubre de 2010

El cine a Bocados/ IV Parte

Rozando el pecado

Una de las películas más memorables en cuanto al placer culinario se refiere es El Festín de Babette (Gabriel Axel; 1987), en la que los espectadores nos entregamos, al igual que los puritanos habitantes del pueblo, a los manjares sensuales que delicadamente prepara Babette (Stéphane Audran): caldo de tortuga y vino amontillado, blinis Demidoff con caviar negro, codornices rellenas de trufa negra… Sin duda alguna, en esta película, al igual como sucede en Como agua para el chocolate, queda retratado un rasgo fundamental: la cocina como un acto de amor, bien sea por seducción, agradecimiento o pura pasión por el placer gastronómico. La preparación amorosa y esmerada, la sabiduría para llevarla a cabo, transforma, aunque momentáneamente, las almas de quienes la saborean e ingieren, es decir, todo ello se llena del espíritu de quien cocina y llega al espíritu de los comensales. Es la alquimia absoluta del alimento que llega al cuerpo y el alma.


Bacanales, hambruna y canibalismo 

Qué duda cabe que el guión de Azcona partía de una premisa bastante singular.
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Muchas películas también han retratado ese pecado capital, hoy tan olvidado como tal, como la gula, siempre tan cercana a ese otro pecado: la lujuria. La gran comilona (1973; de Marco Ferrei y guión de Rafael Azcona) es uno de los mejores ejemplos de la mezcla, no solo voluptuosa del comer, sino también su poder destructivo una vez que se llega la exceso de la misma. Un grupo de burgueses planifican suicidarse, comiendo hasta reventar. Se hace inevitable la improvisación en tales planes (que no es más que la entrega al placer del desafuero), entrando en escena unas prostitutas como aperitivo para tal inusual, auto-destructiva y epicúrea empresa. Otra película, El séptimo continente (1989, Michael Haneke) también conecta con esta premisa del gran banquete para despedirse de la vida y como único signo de posible disfrute.
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El cocinero ante su plato-castigo.

Pero la bacanal también es escenario perfecto para las parafilias, relacionadas con el comer: canibalismo y coprofilia. Una mezcla degrandes manjares que deriva en los excesos morales de sus protagonistas. Como las que lleva a la pantalla Peter Greenaway en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989), presentando las pasiones entre calderos humeantes y mesas, sazonado todo ello por los celos, para degenerar, finalmente, en canibalismo. 
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Pasolini denunció el horror del poder sobre otros del que es capaz el hombre.
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Pasolini también se hace eco de los excesos en Saló, o los 120 días de Sodoma  (1975), en donde  los jóvenes secuestrados son obligados, entre ritos de sexo y sadismo, a la coprofagía. Por otro lado, la mesa sirve de contraste a Pasolini para remaracar la violación de la norma, del orden de cosas, de la misma humanidad. Asistimos a una comida con manteles blancos, copas y vino, siendo el plato principal excrementos. Sin duda, el carácter chocante de algunas películas al incluir dichas escenas es deliberado, la denuncia o la transgresión, podrían ser acá algunas de sus tantas lecturas. No podemos olvidar una de las escenas más bizarras y escatológicas del cine: en Pink Flamingos (John Waters; 1972), Divine, al final de la película, recoge del suelo la caca de un perro y golosamente se la come, entregándonos una sonrisa soez y repugnante. Al mismo tiempo, no podemos tampoco dejar de mencionar la pasión de la madre de Divine, Edie (Edith Massey): devorar huevos en cantidades industriales.

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Además del memorable personaje Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) de El Silencio de los corderos (The Silence of the Lambs; Jonathan Demme; 1991), que adoraba comer el hígado de sus víctimas con habas o bien sus sesos, una de las mejores películas en la que se expone el canibalismo a través de un finísimo humor negro es la francesa Delicatessen (Marc Caro y Jean-Pierre Jeunet; 1991). Y es que la hambruna de la guerra cambia a veces los valores éticos por la necesidad de supervivencia. El carnicero (Jean-Claude Dreyfus) es el encargado de llevar a cabo el trabajo sucio. Resulta memorable la cara compungida de éste, cuando le toca repartir en su carnicería, en trozos, los restos de su madre.
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Charlot se prepara a devorar su cena-zapato con una naturalidad asombrosa.

Pero mucho antes, la hambruna fue genialmente llevada a la pantalla por Charles Chaplin en La quimera de oro (1925). En el filme, Charlot degusta un zapato como si fuese un verdadero manjar y transforma la visión de su amigo en un pollo gigante. La escasez también es maravillosamente resuelta con las ranas de un pantano en la cinta de animación Les triplettes de Belleville (Sylvain Chomet; 2003), plato con el que las trillizas invitan a cenar a su huésped, tan pobre como ellas. 
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Como colofón a la gula hay que mencionar El sentido de la Vida (Terry Jones y Terry William; 1983). Al principio, los peces de un restaurante ven desde la pecera cómo están devorando a un compañero en un plato, y se preguntan por el sentido de la vida. Más adelante, un cliente de grandes proporciones entra en el lujoso restaurante convirtiéndose en una escena de humor que raya lo grotesco y para comenzar a comer, éste solicita una cubeta para vomitar, ante el asombro y asco de los demás comensales, pero con la complacencia casi sádica del servil mesonero. El hombre revienta como un globo de tanto comer y al final podemos ver sus vísceras y órganos colgando de sus costillas, como si de un cetáceo se tratase. 


Cabe mencionar El Satiricón de Fellini (1969) como un buen ejemplo que ilustra la voluptuosidad y excesos de las bacanales.


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Como antítesis de la gula aparece La vida es dulce (1991; Mike Leigh), en donde la anorexia se hace presente dentro del drama familiar o I'm a Cyborg (2006; Chan-wook Park), en la que una joven recluida en un psiquiátrico se niega a comer porque piensa que es un robot, dedicándose sólo, en contraste, a lamer pilas como vía de obtención de energía.
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 Para concluir este apartado, no quiero dejar de mencionar el corto de Pedro Almodóvar, La Concejala antropófaga.(2009) En ocho minutos de casi un total monólogo, la relación comida-sexo-canibalismo queda patente dentro de un contexto de humor. La concejala, en su incontrolable verborrea, devora con igual fruición un flan como esnifa su cocaína. Todo ello acompañado por el relato de algunas anécdotas y fantasías sexuales: "Una de mis fantasías es comerme a un tío entero empezando por los pies. He llegado a meterme en la boca hasta el talón de un pie del 45".

Para  ver el corto de La Concejala antropófaga

Otras películas recomendadas: Un toque de canela

Quiero agradecer a los amigos bloggeros que siempre me echan una mano con al memoria y comentarios enriquecedores: Viena, Sorokin, Os Bobolongos, Delikat Essences

Próxima entrega: Asia se paladea