domingo, 23 de marzo de 2008

Diálogos con la memoria

La memoria trabaja con la misma lógica oblicua y rebelde de los sueños.
Sergio Pitol
. Esta entrada quizá resulte caótica un tanto atropellada, porque el hilo conductor se me pierde a ratos, pero las ganas de escribir me superan, y dejo de lado -lo siento de verdad- esa unidad que reclama un texto para que no se vuelva divagación.
Las vacaciones de Semana Santa ha interrumpido mi ritmo, pero mi cabeza estaba cada tanto pensando en las nuevas entregas del blog. Entre todo ello, ha pasado algo inesperado, entro en la página del blog de mi amiga Lucía y encuentro una nueva entrada, en la que ella, abiertamente, se une a mi serie de Espejos de la memoria. María Zambrano es la protagonista de la nueva entrada de Mapachito Violento. Lo inesperado, ha sido el diálogo que se ha establecido entre ambos blog, y lo celebro, continuando dicho diálogo. El Arte de la fuga, (Barcelona, Anagrama, 1996) del escritor mexicano Sergio Pitol, es un libro que también ha viajado conmigo hacia todos mis destinos, libro en el que la memoria, la crónica y los pequeños homenajes son el eje narrativo éste.
Ha sido inevitable que quisiese también compartir, a manera de diálogo, la vívida y magistral descripción de María Zambrano, que hace Pitol, al verla por primera vez en una trattoría de Roma: "Por las noches, cenaba en la trattoría vecina, la de Pietro, un calabrés que detestaba la bohemia, la bulla juvenil, las ideas extremistas... Allí encontraba a María Zambrano y a Araceli Zambrano, a algunos literatos, periodistas y cineastas importantes, aunque pocas veces a los famosos, porque el lugar era más bien modesto. La figura central era María, quien, de hecho, había convertido la trattoría en su salón. En torno a ella se sentaban hispanistas destacados, algunos intelectuales, y visitantes españoles o latinoamericanos de paso por Roma. Cuando llegaba el grupo de españoles jóvenes, María se crecía. Les hablaba de su juventud republicana, de su maestro Ortega, de los escritores de su generación, de la guerra civil, de la derrota y el exilio. Se convertía entonces en un personaje trágico: Hécuba, Casandra y, por supuesto, Antígona. Envuelta en el humo de su cigarrillo mirando hacia lo alto, escanciaba las palabras, como si un espíritu superior visitara su cuerpo, se posesionara de ella y utilizara su boca para expresarse. No levantaba la voz, hablaba como en trance, aspiraba el cigarrillo, hacía una pausa para expirar el humo y en ese momento, antes de iniciar la siguiente frase, la atmósfera se cargaba de una intensidad casi intolerable; los jóvenes españoles parecían recorridos por una electricidad sagrada, y yo con ellos, y el restaurante entero, comprendieran o no el español los comensales. No le gustaba cerrar en un momento de pathos. Una vez logrado, pasaba, como si nada, a relatar anécdotas sobre Cernuda, o de Lezama Lima, o de Prados, con quien mantenía una cerrada correspondencia... Yo a veces no podía resistir tanta intensidad, salía de allí con fiebre y pasaba algunos días enfermo en la pensión donde vivía". Este retrato de una época y de un personaje ha sido inolvidable para mí, como también lo ha sido, el capítulo con el que cierra el libro, Viaje a Chiapas, a cerca del alzamiento zapatista, que tuvo lugar en San Cristobal de las Casas, en 1994, una crónica cercana a ese momento particular, en la que incluye un trozo de ese impresionante discurso, o comunicado que hiciese en momento el Subcomandante Insurgente Marcos. Imposible no emocionarse a través de los ojos de Pitol, gracias a su sensibilidad y, claro está, magistral escritura.

1 comentario:

  1. Gracias por este descubrimiento. No conocía este escrito de tu querido Pitol. Seguimos en conversación.

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